¿Quién no se ha sentido alguna vez perseguido por su propia imagen apareciendo súbitamente a su antojo y deformando extrañamente su apariencia? Quedarse sin sombra, dicho simplemente es quedarse sin luz. Todas las sombras-proyectadas o no- están dotadas de un efecto hipnotizador que nos empuja a crearlas, observarlas, pensarlas o recordarlas, pero nunca obligan a interpretarlas. Ellas hacen acto de presencia y se alimentan de los contrastes que nuestra luz es capaz de aportarles, eso sí, rebañan indiscretamente la oscuridad para hacernos ver lo que de otro modo nos resulta difícil de reconocer.