De la biblioteca de nuestra lengua cada uno toma prestados vocablos con los que juega y va armando sus discursos. Estas son voces que, habladas o escritas, denominan y dan cuenta de la realidad que deseamos presentar. Cuando el trato con dichas palabras es sincero, afectuoso, armónico y dialogante, tanto las formas de decir como las de escuchar para entenderlas se ensanchan cordialmente. Entonces despierta con asombro el deseo de disfrutarlas evitando así que se las lleve el viento.