¿ME LA CAMBIAS?

Vivimos una época repleta de emociones: unas encontradas, otras sumergidas, pero todas intensas y altamente cambiantes. La naturaleza de todas ellas hace que no siempre seamos capaces de intercambiar rápidamente unas por otras para sentirnos mejor. No obstante, he aquí que vivimos también junto a expertos maestros que operan con ellas con una enorme capacidad para sustituirlas y, lo más asombroso, para quedarse siempre con la que mayor satisfacción les produce. Sí, habéis acertado a quienes me refiero: los niños.

A los adultos nos gustaría verbalizar más algunas de sus repetidas murmuraciones para manejar momentos que escapan de nuestro control. Son como retahílas que emplean de manera reiterada, brevísimas convicciones para alejarse de lo malo, como por ejemplo “no pasa nada”. Esta coletilla, pese a estar encabezada por un no, la repiten a modo de soliloquio y solo decirla les va transmitiendo cierta seguridad. En realidad, lo hagan como lo hagan siempre se quedan con lo positivo, con lo mejor que el sentimiento que están viviendo les ofrece.

Según Josep Redorta, Meritxell Obiols y Rafel Bisquerra en su libro Emoción y conflicto: Aprenda a manejar las emociones (2006), las emociones son “aquellos estados y percepciones, de los estímulos internos y externos, en una suerte de acercamiento y adaptación frente a cualquier cambio o adversidad, con el cual tengamos que enfrentarnos en nuestra vida cotidiana”.

En estos últimos días he vuelto a tener la oportunidad de trabajar el vídeo del cuento Monstruo de colores de Anna Llenas. La autora, de un modo sencillo y profundamente bello, ilustra el beneficio de conocer nuestras emociones y no tener que arrepentirnos de lo que sentimos con cada una de ellas, sino todo lo contrario. He podido comprobar de nuevo cómo los más pequeños confirman que los monstruos existen, pero que si entendemos quiénes son y cómo se comportan podremos convivir con ellos. De la mano de sus explicaciones, los niños te van indicando paso a paso qué hacer para revertir el sentimiento que molesta, y al que a toda costa van a desterrar. Apuestan por el cambio con una destreza inusitada, y huyen raudos y veloces para cambiar la emoción que les hacía sentir, dicho en sus propias palabras, “un poquito peor”. Discriminan aquello que no les gusta e intensifican aquello que les atrae y les proporciona positividad.

En palabras de Sergio del Molino en su libro La piel “Los niños absorben sin mella los males que los adultos no soportan”. Así, la M, de monstruo, no implica lo malo de una forma directa y proporcional, sino la invitación para conocer otros comportamientos, retar a los miedos y tener la posibilidad de aprender habilidades para regular las emociones propias. Una M, que grandes y pequeños, podemos usar para manejar emociones negativas con un sencillo “Mejor te cambio”. Todos saldremos ganando en dicha transacción.