PONER EN JUEGO

¿El mundo real es sólo una parte de ese mundo posible?  En la infancia, gracias al juego, la respuesta sería no.

Cuando aparece la función simbólica y su potencial de representación mental, el niño hace un mayor acopio del mecanismo del asombro, carga con elevadas dosis de imaginación y pone en marcha su actividad lúdica recreando la realidad.  En esta misión cuenta con un instrumento imprescindible: el lenguaje.  Así, se alía con una gran actividad inventiva que le hace jugar, ensayando y disfrutando todo lo que cree posible desde la realidad en la que lo practica.  Muy importante aquí lo que ponemos a su alcance.

El juego simbólico, es juego, es diversión pero constituye al mismo tiempo una actividad seria y concienzuda de aprendizaje:  el niño va descubriendo cómo se puede decir y hacer de innumerables maneras, y esto le permite comprender otras posibilidades en el mundo en el que se halla.
Se trata de un rico aprendizaje, pues cada día el niño va ampliando el juego con nuevos complementos: ideas o ejecuciones nuevas y más complejas.  Todo suma. 

Llegados a este punto, y desde la perspectiva adulta soy partidaria de responder también negativamente a la pregunta inicial.  Por lo tanto, sigamos poniendo en juego diferentes “hacer como si”, responsabilizándonos  de crear entornos de posibilidades para que podamos conocer, disfrutar, comunicar  y aprender de ellas en la vida que nos toca vivir.

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